Mi Primera Bicicleta

Extractos canción de Alberto Cortez
Fue Melchor quien la puso en mi ventana
sobre un par de zapatos siderales,
me monté al despertar sobre sus alas
y até mi corazón a sus pedales.
Era una bicicleta Oxford azul, con 3 cambios, bocina con pilas, espejo retrovisor, 1 foco delantero y 2 luces traseras (funcionaban con un dínamo que la ponía pesadísima), guarda-cadena, tapabarros, pedales con reflectantes, pata para afirmarla, frenos delanteros y traseros con cables de acero (en esos tiempos todavía existían con varillas). Era la primera de una nueva generación, un Rolls Royce de 2 ruedas. Ni mis amigos más lejanos tenían algo así, y allí estaba ella… frente a esta pobre alma que solo atinaba a babear y pensar que decir y hacer para obtenerla en la próxima Navidad.
Ese día llegue a casa, y mi comportamiento iba delatando que algo sucedía. No hubo peleas con mis hermanos, les presté todo lo que me pidieron, realicé todos los mandados que mi madre necesitó, e hice sin discusiones aquellas cosas diarias por las que siempre alegaba. Este sacrificio fue casi eterno, pues demoré algunos días en decirle a mis padres cual era el regalo más importante que a esa corta edad deseaba, que era lo único que me faltaba, y por el cual estaba dispuesto a todo… menudo error, porque además de seguir con lo anterior tuve que prometer un aumento en mi promedio de notas (que no era malo), acabar con las discusiones para hacer las tareas, y escribirle mas seguido a mis abuelitas.
En aquellos tiempos los regalos eran dejados por el Viejito Pascuero mientras nosotros dormíamos, y aunque ya sabia quien era el mentado viejito, por mis hermanos menores debía hacer todo el show. Nada sabía respecto de la bici, pero esa noche de Navidad me dormí tranquilo pensando en todas las cosas que al día siguiente iba a hacer en ella. “Llego al día” como a las 6 de la mañana, y en puntillas fui a buscar “mi bicicleta”… no estaba en el árbol de Navidad, no estaba en mi pieza, no estaba en el patio… ¡¡¡ NO ESTABA !!!. Algo anduvo mal, esto no está funcionando, quizas mis padres no tuvieron el suficiente dinero, quizas mis notas no subieron lo que esperaban… miles de interrogantes, pero frente a mis padres me esforcé por mantenerme como si nada, y contento con todos los otros regalos que tenía.
A eso del medio día mi padre me pide que lo acompañe a su oficina a buscar el diario (periódico), cosa que era bastante común los fines de semanas y feriados estando en Tocopilla. Todavía con un sabor amargo en el corazón lo acompañé, y entrando a la oficina veo que estaba ELLA. ¡Que alegría más grande!… creo que el corazón casi se me salió del pecho.
¡¡ Mi bicicleta !!, que además de todas las cosas con las que ya estaba equipada, ahora ya adulto me doy cuenta de que también traía otro ángel de la guarda para ayudar al que yo tenía, porque no existe otra explicación para poder estar haciendo este relato después de todas las estupideces que éramos capaces de hacer montados en una bici.
Sin lugar a dudas esa bici fue un gran paso hacia una libertad bien entendida, era una época en que salías y recorrías todo lo que estaba al alcance de tu estado físico, siendo la única restricción el llegar a casa a las horas de almuerzo y comida. No existía el miedo para realizar hazañas y embarcarnos en peligrosas aventuras, no existían los cascos protectores, pero ello no impedía que circuláramos entre los autos, sin respetar discos pares o ceda el paso, utilizando las calzadas, aceras, parques, escaleras, tierra, y cuanta superficie se ponía por delante de esas ruedas que siempre rodaban velozmente, éramos los dueños del mundo.
Cuantas veces di vueltas y vueltas en el patio de la casa imaginando que recorría el mundo. Andaba por las calles pensando que eran solo para mi,  hasta que me despertaba el bocinazo o la señora que gritaba acusándonos de locos. Recuerdos de aquel amigo que no tenía bici y que debía llevar sentado en la barra horizontal, las anécdotas tipo dibujo animado en donde por arte de magia no morías o a lo menos terminabas mal herido, los primeros pasos de una conquista pasando como bólidos frente a las niñas para que se fijaran en ti, y lo único que ellas veían era un tipo entero sudado. Pasaba de acciones tan nobles como ir a comprar el pan, a locuras como desconectar los frenos copiando la intrepidez de un amigo.
Sin darme cuenta, y mas rápido de lo que hubiera querido imaginar, las aventuras de niño en mi bici se terminaron. La vida te va abriendo nuevas puertas, y tú entras por ellas tomando nuevos retos, tal como en tu bici tomaste aquellos senderos desconocidos y aquellos desafíos peligrosos. Ya has tenido las primeras lecciones de que hay ocasiones en que debes caer unas cuantas veces para aprender, y aún habiendo aprendido puedes volver a caer duro. Ya has aprendido de que en tu vida muchas veces tendrás que enfrentar los desafíos solo con la fuerza de tu corazón.
Era la luz, mi bicicleta luz;
la libertad, era la libertad;
las fantasías en su plenitud,
el mediodía de la ingenuidad.
Era la luz, mi bicicleta luz,
era vivir con imaginación,
salir volando por el tragaluz
y pedalear en dirección al sol.
Ya han pasado varias bicicletas en mi vida, y también los días en que corriendo y gritando tras mis hijos les enseñaba a montar las “2 ruedas” que los harían sentirse dueños del mundo… pero el mundo había cambiado, y la libertad que pudieron tener recorriendo calles y cerros en su niñez, ya estaba en retirada por la libertad del libertinaje en nuestra sociedad.
Hoy la vida me deja cotidiana
en mis pobres zapatos la rutina;
ya Melchor se ha batido en retirada,
no se puede volar en la oficina.
Prisionero de horarios y planillas,
de lugares comunes y vacíos,
yo quisiera volver sobre su silla
y en las alas librarme del hastío.
Muchos de nosotros decenas de veces corrimos y gritamos cuando soltábamos la bici de nuestros hijos mientras aprendían a mantener el equilibrio, agitábamos los brazos y nos movíamos como si existiesen cuerdas invisibles que evitarían la caída, y después de cada una de ellas curábamos sus heridas (peladuras y orgullo), animándolos a seguir y de paso entregándoles la lección de que en esta vida hay veces en que debemos caernos muchas veces antes de aprender.  Y ellos por su parte, en sus innumerables intentos de equilibrarse nos recordaban la lección de no perder la esperanza, de que la próxima vez podemos lograr lo que queremos, de que la próxima vez será mejor.
Solo me queda dejarles esta humilde reflexión, y es que así como nosotros hemos enseñado a nuestros hijos a andar en bici, así también Dios nos ha ayudado en esta vida. Mientras la bici de nuestras vida nos deja en el suelo una y otra vez, el siempre estará para volver a sostener el sillín y darnos un nuevo impulso. No importa cuantas veces nos caigamos, el siempre estará para sanar nuestras heridas y limpiar el polvo de nuestro cuerpo, y si vivimos confiados de su ayuda, y amándolo como hemos amado a nuestros padres, y como nuestros hijos nos aman a nosotros, con certeza algún día nos dirá cara a cara: “hijo mío, yo sabia que lo lograrías, ponle estas alas a tu bici y pedalea a mi lado que hoy te enseñare un nuevo camino”.
¡¡¡Sigue, sigue, dale, sigue…!!!!!, ¡¡¡pedalea, pedalea, pedalea…!!!
¡¡¡ Bien, bien… lo lograste !!!

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